Por playero
Vi el cometa al atardecer
Y así estaba yo, otra vez tirado en la arena, viendo el mar después de bañarme en esas aguas, sin aburrirme nunca de mirar las gaviotas cortando el cielo, cuando pasa el vendedor más extraño que he visto: hombre de unos 40 años, con la vista perdida y un megáfono colgando del cuello, donde una voz grabada ofrece a gritos pasteles y dulces de La Ligua. Pienso pa mis adentros, pobre loco, mudo y ganándose la plata se las ingenia igual para poder llamar la atención de esa manera. Se da cuenta que le estoy mirando y se acerca a venderme dulces, apaga el megáfono y me dice “quiere algo joven?”, yo no entiendo nada. El socio hablaba. Otro rayado de estos tiempos –pienso- mientras arregla su mercadería y conversamos relajadamente un rato, pero en un momento empieza a rayar la papa, me pregunta si he visto el cometa, que hace varios días que está pasando a la vista de los terrícolas y que es hermoso, como una bola de fuego con una larga cola que sigue su camino. Yo lo miro incrédulo y él pone la mejor cara de loco, “en serio”, me dice. Y ahí empiezo a cortar la conversa, “ya gracias, amigo, demás que veo el cometa, ¿después que se esconda el sol?, ahhh ya, de ahí lo veo, chao amigo”.
Entonces todo sigue tan normal como todos los días de este verano y cuando se esconde el sol me da un poco de frío, me abrigo y camino un rato por la playa, pero me extraña que haya grupos de gente en todos lados mirando el cielo, apuntando al horizonte. Cuando levanto la vista hacia el cielo me encuentro con esa cosa increíble, como si en un segundo todo cambiara de golpe, y me olvido de mis eternos rollos y del año que pasó y del que vendrá, porque frente mío cae un cometa en medio del cielo rojo de un atardecer veraniego, que en realidad parece de fuego y tiene una cola larguísima. Pienso en lo que habrá significado algo así para los pueblos antiguos, ¿un buen, o un mal augurio?. Hablan de millones de kilómetros de distancia, años luz, galaxias, estrellas, otros mundos y yo, aquí, parado en una larga playa chilena, pienso que la vida es mucho más que mi pequeño mundo y mi ciudad, y el Transantiago, Bush o Pascualama. Al parecer la gente a mi lado siente algo parecido, porque no hablan mucho, sólo miran en silencio al cielo, se abrazan, llaman a los niños y ahí se quedan, parados viendo el cometa.
El día después me acorde del amigo de los dulces, que finalmente no estaba tan loco. Cuando me lo encuentro en la playa le digo que vi el cometa al atardecer, que tenía razón, era grandioso. El se sonríe y luego de un rato de conversa se me acerca y me pide 3 gambas, “mañana se las devuelvo”, dudo un momento y se las paso, no puedo ser tan desconfiado.
Todavía estoy esperando que aparezca mi amigo de los dulces, parece que la plata viene cuando se acerque el próximo cometa.
www.radioplaceres.cl
11 abril 2007
Crónicas del verano que pasó
Por playero
Vi el cometa al atardecer
Y así estaba yo, otra vez tirado en la arena, viendo el mar después de bañarme en esas aguas, sin aburrirme nunca de mirar las gaviotas cortando el cielo, cuando pasa el vendedor más extraño que he visto: hombre de unos 40 años, con la vista perdida y un megáfono colgando del cuello, donde una voz grabada ofrece a gritos pasteles y dulces de La Ligua. Pienso pa mis adentros, pobre loco, mudo y ganándose la plata se las ingenia igual para poder llamar la atención de esa manera. Se da cuenta que le estoy mirando y se acerca a venderme dulces, apaga el megáfono y me dice “quiere algo joven?”, yo no entiendo nada. El socio hablaba. Otro rayado de estos tiempos –pienso- mientras arregla su mercadería y conversamos relajadamente un rato, pero en un momento empieza a rayar la papa, me pregunta si he visto el cometa, que hace varios días que está pasando a la vista de los terrícolas y que es hermoso, como una bola de fuego con una larga cola que sigue su camino. Yo lo miro incrédulo y él pone la mejor cara de loco, “en serio”, me dice. Y ahí empiezo a cortar la conversa, “ya gracias, amigo, demás que veo el cometa, ¿después que se esconda el sol?, ahhh ya, de ahí lo veo, chao amigo”.
Entonces todo sigue tan normal como todos los días de este verano y cuando se esconde el sol me da un poco de frío, me abrigo y camino un rato por la playa, pero me extraña que haya grupos de gente en todos lados mirando el cielo, apuntando al horizonte. Cuando levanto la vista hacia el cielo me encuentro con esa cosa increíble, como si en un segundo todo cambiara de golpe, y me olvido de mis eternos rollos y del año que pasó y del que vendrá, porque frente mío cae un cometa en medio del cielo rojo de un atardecer veraniego, que en realidad parece de fuego y tiene una cola larguísima. Pienso en lo que habrá significado algo así para los pueblos antiguos, ¿un buen, o un mal augurio?. Hablan de millones de kilómetros de distancia, años luz, galaxias, estrellas, otros mundos y yo, aquí, parado en una larga playa chilena, pienso que la vida es mucho más que mi pequeño mundo y mi ciudad, y el Transantiago, Bush o Pascualama. Al parecer la gente a mi lado siente algo parecido, porque no hablan mucho, sólo miran en silencio al cielo, se abrazan, llaman a los niños y ahí se quedan, parados viendo el cometa.
El día después me acorde del amigo de los dulces, que finalmente no estaba tan loco. Cuando me lo encuentro en la playa le digo que vi el cometa al atardecer, que tenía razón, era grandioso. El se sonríe y luego de un rato de conversa se me acerca y me pide 3 gambas, “mañana se las devuelvo”, dudo un momento y se las paso, no puedo ser tan desconfiado.
Todavía estoy esperando que aparezca mi amigo de los dulces, parece que la plata viene cuando se acerque el próximo cometa.
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