
Al H. Cuerpo de Guías de la República Mexicana
Con mi sincera admiración
El guía ha sido, es y será el factor más importante para el éxito de una excursión, escalamiento o ascensión de cualquier índole y es también, inexplicablemente, el más incomprendido de los seres.
El guía se rompe la cabeza desde tres meses antes de llevar su excursión, la explora, mide distancias y tiempos, hace sus cálculos y presenta una pre-reseña con toda clase de datos, se la aceptan y está feliz. Se acerca el día de la realización, nuevos problemas acarrea el asunto: debe conseguir contingente, tarea de romanos en la que se tiene que ver persona por persona para ver "si le hacen el favor" de acompañarlo. Promesas al grupo de que llegarán, hacerla de meteorólogo adivinando el probable tiempo para el domingo, recibir inscripciones —sin adelanto por supuesto— y... conseguir y lidiar con los choferes que nos llevarán por esas carreteras, ajustando con ellos el precio.
Llega el domingo, el guía es, sin duda, el primero en levantarse; desmañanado busca y rebusca por los sótanos y alacenas de su casa los cables, clavijas, rapeleras, piolets y spickes [crampones] para el grupo y todo lo necesario para la excursión del día, pero hay de él si llega unos minutos tarde al lugar de la reunión, el grupo, cual partida de feroces lobos, se le echa encima, lanzándole toda clase de improperios debido a su "impuntualidad". Ve que faltan dos o tres de los inscritos, se les espera un buen rato, y en vista de que los "gentiles" e irresponsables faltantes no llegan hay que partir teniendo que aumentar, al ya de por sí elevado costo de la excursión, los dividendos de los "graciosos". Nuevos gritos, frases ofensivas y malos pensamientos en las nada comprensibles cabezas del contingente sintiendo el guía por primera vez en el día, la desgracia de serlo.
Parten y comienzan las recomendaciones, unos quedaron de ir al cine con la novia, otros no "permitirán" que el guía se pierda o se retrase porque en sus casas los regañan si llegan tarde; otros le recuerdan rutas y veredas y "hacen gala de su gran sentido de orientación". Llegamos al punto de destino, hace mucho frío y el grupo no baja de los automóviles ni aunque les peguen, el guía se tiene que bajar solo, abre la cajuela, saca y se acomoda la mochila, pega de gritos, los anima y maldice la hora en que se le ocurrió guiar al grupo.
Por fin deciden bajarse, con la calma chicha se colocan las botas y acomodan las mochilas y —a la hora de haber salido— se deciden a seguir al pobre y ya congelado guía. En la primera salida todo son gritos de desaprobación, que si van muy rápidos, que descansen, pero, sin otro remedio que hacerlo, siguen la marcha refunfuñando. Si el día, desgraciadamente, ha sido malo y comienza a gotear, protes [sic] generales y miradas asesinas al ver que el guía es el único que saca la manga de la mochila y se la enfunda, los demás no habían pensado en la necesidad de llevar un impermeable en tiempo de aguas y el guía recibe su buena ración de insultos por su "descuido y falta de compañerismo" al no avisarles. Tras larga caminata y después de haber trabajado la mente del guía como caldera de vapor, habiéndose fijado en cuanta piedra o árbol de rara configuración para no perder la vereda, llegan al punto de destino. Por fin termina la excursión, el guía está feliz... ya en su casa acomodándose entre las blancas sábanas y las abrigadoras cobijas pensando en los parajes recorridos y en la ingratitud del grupo que apenas si se despidió de él al llegar a la ciudad.
Y esto pasa en casi todas las excursiones, en roca y volcán peor aún, nadie quiere comprender que el guía es humano y que tiene el mismo miedo o peor que el resto del grupo; él necesita palabras alicientes y frases de confianza, necesita también, y aunque a muchos se les haga raro, mucha ayuda del grupo. Cuántas veces, después de estar horas y horas pegado en las fisuras de algún espantable abismo, hubiéramos deseado que alguien nos sustituyera —en lo más fácil y por un corto tiempo— en el primero de la cuerda. Cuántas veces necesitamos que alguien nos suba, son una simple frase, nuestro ya desastroso estado de ánimo. Sí, queridos amigos, no saben lo horrible que se siente oír —después de vencer sin más ayuda que la propia al coloso y de estar jalando o descolgando a alguien como fardo— frases como estas: "¿Por qué has tardado tanto?, ni que hubieras escalado el Matterhorn", u otras por el estilo: "Animal, no jales tan duro, ya me raspé por tu culpa", o "No estés baboseando, no suelten tanto cable de seguridad". En serio que en ocasiones y olvidándonos por momentos que son compañeros, nos dan ganas de soltar el cable que está corriendo, raspándonos, destrozándonos las manos.
Los grupos en general y los novatos en particular deberían compenetrarse con el guía, ayudarlo, darle ánimos y jamás insultarlo u ofenderlo. Si llueve no le echen la culpa, si se pierde es una desgracia, él —no les quepa la menor duda— ha puesto sus cinco sentidos siguiendo veredas, pero... ¿Nunca ha probado alguno de vosotros guiar una excursión horas y horas por la sierra, siguiendo el cintilante haz de luz de la linterna?
Los guías no dan por sadismo la orden de salida, en la hora más fría de la madrugada; lo hacen por necesidad y por saber que es indispensable para lograr la ascensión. Piensa que el guía al dar la orden se sobrepone, antes que nada, a su propia naturaleza que también le reclama el necesario descanso y que su carne sufre también las dentelladas del frío. Su cabeza al igual que la tuya, está embotada y sus manos las llevará metidas, como tú, en las bolsas del pantalón para evitar congelamiento; sufre al igual que cualquiera y, sin embargo, las saca cuantas veces es necesario para amarrar el spicke que por tu ineptitud se te ha zafado. Él es humano y como tal siente todo cuanto pasa: al abrir brecha con la nieve hasta las rodillas lleva también los pies congelados y su corazón pugna por salírsele del pecho, sin embargo, y gracias a su espíritu y compañerismo, no se queja no os hace pasar a ninguno de vosotros para sustituirlo, al contrario, sigue ascendiendo, y cuando puede os grita animándoos cuando os ve desfallecidos o somnolientos.
Compañeros, recapacitad, pensad que los guías no reciben ninguna retribución por llevaros aquí o allá. Ellos lo hacen todo por gusto y por dar brillo a la Institución a la que pertenecen, comprendedlos y, al final de la jornada, agradécele su gentileza al haberte incluido en el grupo. Piensa que él ha sido tu guardián y piensa que aquella mano que te sujetó en el preciso instante y cuando el abismo reclamaba tu cuerpo era la de él; con una sonrisa se lo agradeciste, no necesita más. Él es un guía.
© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número 16, enero 16 de 1951. Páginas 6-9.
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